Opinión Editorial publicada originalmente por El Nuevo Herald de Miami, Florida, el 8 de diciembre de 2014
Esta semana conmemoramos el vigésimo aniversario de la primera Cumbre de las Américas, de la que fue anfitrión el Presidente Clinton en Miami, una ciudad que ejemplifica la gran importancia de los vínculos entre los Estados Unidos y sus vecinos del Hemisferio Occidental. Con nuestra mirada puesta en la séptima Cumbre de las Américas, que se celebrará en abril en Panamá, este es el momento propicio de considerar los logros que hemos alcanzado y de concentrarnos en un programa orientado hacia el futuro que impulse nuevos avances.
El Hemisferio Occidental desempeña una función esencial en lo que respecta a los intereses de los EE. UU. por varios motivos, entre los que se destaca el comercio generador de empleo. Los socios del Hemisferio compran el 40% de las exportaciones de nuestro país. Le vendemos más mercaderías a Canadá que a China, a México que a Japón y a Brasil que a Francia. Juntos, hemos creado una red de tratados de libre comercio que, desde el extremo septentrional hasta el extremo meridional de las Américas, abren nuestras economías y generan una prosperidad compartida. Gracias a las iniciativas que conectan nuestras pequeñas empresas y amplían nuestros lazos económicos, millones de personas han salido de la pobreza y han pasado a formar parte de la clase media.
Sin embargo, aunque la prosperidad del hemisferio redunda en beneficio de un mayor número de habitantes, debemos asociarnos a lo largo y ancho de las Américas a fin de garantizar que todos los habitantes se beneficien de los principios democráticos compartidos que reconocimos en la primera cumbre en 1994. Debemos alzar nuestras voces al unísono cuando se atenta contra las instituciones y libertades democráticas. Cuando es necesario, debemos actuar unidos, ya sea frente al virus del Ébola, la delincuencia transnacional, el cambio climático o aquellos que privarían a otros de sus derechos inherentes a la libertad de expresión o de reunión.
Sabemos que la democracia debe cimentarse en una base sólida y ser objeto de fortalecimiento y renovación constantes. La democracia demanda un arduo trabajo, y todos nos beneficiamos de la solidaridad de los amigos que comparten nuestros valores, así como también debemos estar dispuestos a prestar nuestra ayuda a quienes están llevando a cabo la misma tarea.
La democracia depende de elecciones significativas, como las que se han celebrado en casi todos los países de las Américas en los últimos decenios. No obstante, la verdadera magnitud de la gobernabilidad democrática representativa y con capacidad de respuesta tiene raíces más profundas. Las elecciones deben ir acompañadas de igualdad de condiciones para los candidatos políticos; de autoridades electorales, medios de difusión y sociedades civiles independientes; de una clara separación de poderes que traiga consigo poderes legislativos y judiciales independientes, así como de respeto por los derechos humanos y las libertades fundamentales.
La democracia no se mide solamente por las acciones de los gobiernos; también se mide por la calidad de la vida cívica: el papel que desempeña la ciudadanía a la hora de forjar su propio futuro. Una sociedad civil enérgica propugna y promueve asuntos que pueden no tener cabida en el plan de labor del gobierno. Los ciudadanos necesitan acceder libremente a la mayor variedad de ideas e información posible para participar de forma eficaz en la vida pública y hacer responsables a quienes eligen para representarlos.
En la actualidad, las libertades de prensa, expresión y asociación en el Hemisferio Occidental se ven amenazadas principalmente por la injerencia estatal, la violencia delictiva y las instituciones que no pueden o no quieren proteger esas libertades y hacer valer el estado de derecho. Es preciso que defendamos el derecho inherente de expresión del que goza cada uno de los ciudadanos. Debemos rechazar los esfuerzos realizados por los gobiernos o por otros para restringir la libre circulación de información y de opiniones diversas.
Solo los propios ciudadanos pueden evaluar la calidad de una prensa verdaderamente libre: ¿tienen ellos acceso libre y de varias formas a la más amplia gama de información posible? La libertad de reunión se mide en función de si la sociedad civil puede, sin restricción indebida alguna, congregarse pacíficamente para expresarse sin temor a la violencia o la encarcelación. Lamentablemente, en el caso de muchos ciudadanos de la región, la respuesta es “no”.
Debemos reafirmar el liderazgo y la visión común que nuestro hemisferio indicó en la primera Cumbre de las Américas, que luego quedaron consagrados en la Carta Democrática Interamericana de 2001. Los Estados Unidos apoyan firmemente las propuestas pendientes ante la Organización de Estados Americanos para garantizar la implementación de dicha carta. También respaldamos la independencia y la integridad de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, para que conserve su papel primordial en materia de promoción y protección de los derechos humanos y las libertades fundamentales en todos los países del hemisferio, incluido el nuestro.
Los Estados Unidos se enorgullecen de ser país signatario de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, y abogamos por sus valores básicos. A pesar de que nuestro Senado no ha dado su consejo y aprobación a la ratificación de la Convención, como estado parte en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de las Naciones Unidas y otros tratados sobre derechos humanos, ya hemos aceptado las obligaciones sustanciales fundamentales de la Convención. Los principios que se reflejan en los valores de la Convención, junto con los principios de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, la Carta Democrática Interamericana y especialmente nuestra propia Constitución y nuestras propias leyes, constituyen la base de nuestra actuación participativa en las Américas.
Podemos estar orgullosos de haber llegado a un consenso en este hemisferio en materia de valores democráticos. Pero no podemos dormirnos sobre los laureles. Cuando nos detenemos, quedamos rezagados. En vísperas de la próxima Cumbre de las Américas, es preciso que reafirmemos enérgicamente estos valores y nos comprometamos a revitalizar las instituciones que los defienden.